Tres citas con San Petersburgo

Aunque ya hace un siglo que no es la capital rusa, San Petersburgo es aún la ciudad más europea del país. Sus calles recuerdan a las grandes metrópolis del continente, pero su ánimo es distinto: algo tendrán que ver los puestos que venden playeras de Putin montando un oso, los muchos locales que venden artesanía de madera, los jardines que no escatiman en tamaño (nada en Rusia lo hace). Si bien San Petersburgo podría fácilmente parecer territorio conocido, sus recovecos ofrecen experiencias más allá del mero asombro inicial. Ésta es una breve guía de tres días para dar con esas sorpresas primerizas sin perder el gozo ni el tiempo. Es perfecta para todos aquellos que pasarán por allá el verano por razones futbolísticas y quieran darse una escapada. Prepárense para enamorarse de un lugar que, como pocos, fue pensado desde el primer momento para sostener sobre sus hombros un imperio.

 

 

Día 1

De todas las ciudades rusas, San Petersburgo es la que mejor representa el glamour de la época de los zares. Comienza el día transportándote al pasado más románticamente ruso en el Singer Café. Este clásico se encuentra en el piso de arriba de una librería; te sientes como Anna Karenina desayunando un blini con caviar y queso crema hecho en casa, acompañado del té que fluye de un brillante samovar decimonónico, admirando la vista espectacular a la Catedral de Kazán. Por cierto, puedes visitarla después del desayuno: es un titán neoclásico cuya fachada ostenta 96 pilares de un extremo a otro. En el interior, puedes apreciar que los rusos no se caracterizan por su austeridad: cada rincón de las inconmensurables naves está cubierto por arte sacro, tesoros y reliquias. Visitar la iglesia no te tomará toda la mañana, así que aprovecha para visitar e ir de compras en el Bolshoy Gostiny Dvor. Además de tener cien tiendas, el edificio cuenta con gran importancia histórica: es el centro comercial más antiguo de la ciudad y el primero en utilizar portales.    

Después de las compras detente a descansar y comer en Pelmenya. Hay quienes dicen que este lugar sirve los mejores pelmeni de toda Rusia. Además, vale la pena probar los khinkali, ravioles y dumplings. Todos estos platillos tienen la misma base: son pasta rellena; sin embargo, cada uno de ellos es en realidad muy distinto, y Pelmenya es el paraíso para comprobar las virtudes de esas diferencias, así que no te limites. Pasa la tarde caminando por la emblemática avenida Nevsky Prospekt y familiarizándote con la zona central de la ciudad. En tu caminata detente a ver la Iglesia de la Sangre Derramada, un clásico ejemplar de los templos ortodoxos rusos (de esos con cúpulas  que parecen castillos de caramelo). El laborioso trabajo de los mosaicos de estilo bizantino de sus interiores, que tardó casi un cuarto de siglo en completarse, es quizá todavía más impactante que su exterior. 

Luego de caminar toda la tarde, es hora de que conozcas un poco de la cocina premium del país: caviar, venado, salmón y pato preparados de la manera más exquisita en Severyanin. Cierra tu primer día relajándote y abriendo garganta con un shot de vodka, antes de deleitarte con algunos de los mejores productos de la gastronomía rusa.

 

 

 

 

Día 2

Empieza fuera del metro Almiralteskaya. Desde allí, camina al este por la avenida Nevsky, y entra a Stolle, cafetería cuya fama no ha afectado la calidad de sus pays. Los hay salados (el de salmón es perfecto) y dulces: elige el de mora de temporada para el café matutino. 

Ya con energía, cruza el Neva sobre el Puente del Palacio y entra a Kunstkamera. Hoy, este edificio podría parecer apenas un gabinete de curiosidades: vitrinas que guardan parafernalia clichetera de algunos países, animales disecados y (hay que decirlo) fetos en formol. Sin embargo, se trata del primer museo de Rusia, establecido en 1727. Los viejos anaqueles y la exhibición aparentemente aleatoria responden a un sentimiento de época: el objetivo de un museo era que el pueblo (gente que jamás saldría de su país) conociera lo que había en el mundo. Así, Kunstkamera es todavía un viaje por el planeta, y también por el tiempo.

Siguiendo el río, y luego subiendo por la Calle 19, llegas a Tarenka. Se trata de una stolovaya: barra de comida rápida estilo soviético, en la que se preparan platos tradicionales (borsch, ensalada de arenque, pelmeni…). Estos locales abundan en toda Rusia. Aunque Tarenka es más moderna que las stolovayas tradicionales, es un buen punto de partida para conocer una de las más generalizadas tradiciones soviéticas del país.

Catedral de San Pedro y San Pablo, erigida entre 1712 y 1733, es la construcción emblemática más antigua de la ciudad y contiene los restos de la mayoría de los emperadores y emperatrices desde Pedro el Grande hasta Nicolás II y su familia.

Ya con el estómago lleno, dirígete a la fortaleza de Pedro y Pablo. Es el asentamiento original de San Petersburgo: se dice que Pedro el Grande, obsesionado con tener una capital estilo europeo, inició en ese montículo pantanoso una red de canales que se asemeja a Ámsterdam. Miles de trabajadores construyeron una catedral dedicada a San Pablo y a San Pedro. Hoy es el edificio central de una red de museos que resguarda las tumbas de la familia Romanov, asesinada a principios de la Revolución. En las tardes de buen clima, desde el atrio de la catedral, puedes disfrutar de una tradición rusa: conciertos de música hecha con las campanas de la iglesia.

Ya sea que quieras caminar a través del hermosísimo Jardín de Verano o que prefieras tomar el autobús 46, dirígete a cenar a Duo Gastrobar, uno de los 50 World’s Best Restaurants, y acaso el mejor de Rusia. La carne tártara con mousse de queso taleggio, maridada con uno de los extraños vinos de Europa del este que el restaurante tiene en su cava, bien vale la pena la caminata.

 

 

 

 

 

 

 

Día 3

De Georgia salieron al menos dos cosas que probaron mucho éxito en Rusia: la primera fue el dictador Joseph Stalin, la segunda, el khachapuri: pan recién horneado en forma de barco en cuyo centro yace un huevo de yema perfectamente líquida sobre una cama de queso georgiano. ¿Hace falta decir más? Corre a probarlo en Pkhali Khinkali. Este apapacho gastronómico te dará todas las calorías necesarias para caminar el resto de la mañana en el Museo del Hermitage. En realidad no es un sólo museo, sino un complejo de seis edificios enormes que albergan una de las pinacotecas más grandes del mundo. Aquí se encuentran resguardadas, en sus casi 400 salas, varias de las piezas más importantes del arte universal: obras de Rembrandt, Matisse, el Greco, Velázquez, Van Gogh, Degas… en fin, la lista es interminable. Cuando te pares frente a la columna de Alejandro en medio de la Plaza del Palacio y te sientas más pequeño que una hormiga frente al gran complejo arquitectónico que conforma el Hermitage, entenderás la importancia de hacer una lista de las obras y salas que deseas visitar. Verlo todo es imposible y eso es parte de la belleza. 

Luego de semejante maratón museístico lo que más deseas es derramarte en una silla a comer y procesar todas las joyas de las distintas épocas que acaban de pasar por tus ojos. Un buen lugar para restaurar tu cuerpo y mente es Yat: un restaurante acogedor de exquisita comida tradicional. Por la noche, asiste al ballet en el teatro del Hermitage. No hay una visita completa a Rusia sin ir al ballet: es uno de los orgullos más grandes de la nación y su obsesión por mantener el más alto nivel del mundo lo hace una experiencia imperdible. Reserva por adelantado, pues la demanda siempre es alta, y recuerda: a la vieja usanza, este ballet todavía tiene código de vestimenta.     

Tres días en San Petersburgo seguramente no han sido suficientes; ciudades como ésta siempre te dejan con ganas de ver más. Qué mejor que acabar haciendo un recuento de todas las cosas que has visto y hecho estos últimos días en Dom, un restaurante de alta cocina fusión, para volverte a asombrar con todas las posibilidades que tienen el arenque y el betabel, y quedarte con ganas de probar más de Rusia.

Palacio de invierno, parte del Hermitage

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