Royal Chundu River Lodge, lujo africano en el río Zambaze

Desperté frente al Zambeze, cuando el cielo apenas se pintaba de naranja; el río, verde oscuro, casi negro, apenas se movía. Del otro lado del agua podía ver el paisaje esmeralda de Zimbabwe. Doce kilómetros río abajo, estaban las imponentes Cataratas de Victoria. Así el agua que ahora se deslizaba suavemente entre las colas de caballo que rodeaban el deck de mi bungalow caería libremente generando el rugido ensordecedor que les dan su nombre local: Mosi oa Tunya, «el humo que truena». Aquí un recuento de lo que fue vivir unos días en el Royal Chundu River Lodge, un paraíso frente al agua.

Por Ana Aragay

Humo y cielos morados
Un vuelo de menos de dos horas nos llevó desde Johannesburgo a Livingstone, la capital de Zambia, donde el atractivo principal es visitar las famosas Cataratas de Victoria. Hay varias maneras de hacerlo; la primera es por aire. Apenas tocas tierra, subes a un helicóptero para sobrevolar la majestuosa cascada: más de sesenta millones de litros de agua cayendo cada minuto desde una altura de 107 metros. Desde arriba se aprecia perfectamente el desnivel en las placas, lo que ocasiona la catarata. Cuando lo haces por tierra —que también está entre las actividades del hotel— te puedes parar frente a la caída y sentir la vibración y el ensordecedor ruido de ese mundo de agua. Luego del espectáculo natural, el destino final de tu vuelo es el mágico Royal Chundu River Lodge, un Relais & Chateaux con 10 bungalows en un tramo privado del río Zambeze.

Al llegar, encontramos nuestra mesa montada a la orilla del agua. Así que comimos algo ligero con una copa de vino blanco, y nos instalamos en nuestra suite: un bungalow un totalmente independiente montado en postes sobre el río. Al frente, unas puertas de vidrio se abrían por completo para convertir la terraza en parte de la habitación. La decoración totalmente en sintonía, muebles indochinos que parecían haber sido traídos por antiguos exploradores combinados con coloridas telas de patrones africanos, como las de los vestidos de las mujeres locales. Podría no haber salido de ahí, pero afuera me esperaba un crucero para ver la puesta del sol.
Ya con el capitán Moises al timón, y Chipo habiendo empacado todo para los gin & tonics, zarpamos río arriba. Este sundowner también es un safari acuático que puede traer sorpresas: elefantes bañándose, hipopótamos, cocodrilos o aves hermosas, como el águila pescadora africana… El capitán conoce su oficio: la trayectoria del barco está perfectamente coordinada para disfrutar los cielos de nubes dramáticas y los últimos rayos del sol reflejándose en el agua.
Casi a oscuras, el barco se abrió camino de nuevo al muelle del River Lodge. Antes de la cena tienes un poco de tiempo para hojear la grandiosa colección de libros sobre África que tienen en el lounge. Entre sus páginas descubres a los representantes de arquitectura y diseño africano, los mejores hoteles del continente o proyectos sociales que han destacado en la región.
La cena fue servida junto a la alberca, que para esa hora está envuelta de nada más que el ruido de los insectos junto al río. A la luz de las velas, empezaron a llegar los platillos de la cocina del chef John Siantuba: sopa de calabaza local, besugo en un caldo de pescado anisado y banana split con crema de cacahuate, también local. Y digo local porque viene de un pueblo que está a diez minutos del hotel, Mushekwa, donde vive la mayoría de su staff y donde surten sus verduras a un precio digno.


Con ritmos naturales
Al día siguiente nos dimos la oportunidad de visitar Mushekwa para recorrer sus ordenadas calles de tierra roja. Una matriarca del pueblo nos contó cómo la presencia de los huéspedes aporta para futuros planes, como comprar una bomba de agua para poder crecer el área de siembra. Es impresionante cómo un hotel de pocas habitaciones puede impactar de una manera tan positiva la vida de tantas personas. Luego de comprar algunas artesanías de madera hechas ahí mismo, ella, junto con un grupo de niños adorables, nos despidieron en la orilla del agua.
Volvimos al hotel con una apretada agenda: un masaje en la habitación y room service para comer en la terraza. Esto para poder permanecer hipnotizados otro rato con el lento movimiento del agua, interrumpido solamente por esos pajaritos amarillos que aterrizaban recurrentemente sobre las ramas cercanas. Poco a poco el cuerpo va entendiendo el ritmo y entonces sucede el milagro de la lectura despreocupada, porque eso es lo que pasa cuando estás lejos de la señal de wifi. Nos permitimos dormir una siesta para recargar energías para la siguiente navegación.
Esta vez Moisés nos esperaba en el barco con un par de cañas de pescar y la promesa de otro paseo de colores espectaculares. Mientras el barco se deslizaba suavemente en el agua, él nos contaba de temas variados, como los pueblos pesqueros de alrededor o el ritmo al que crece un cocodrilo, al mismo tiempo que nos ayudó a descubrir las aves.
El último día nos levanta mos un poco más temprano porque nos apuntamos para una pequeña excursión a los rápidos. Fuimos en auto río arriba, atravesando varios poblados. Era domingo, así que todos caminaban muy arreglados a misa: los hombres de traje y las mujeres con hermosos vestidos de colores. Llegamos de nuevo al agua y abordamos la canoa para dar uno de los paseos más inesperados del viaje. Luego de aquel río tranquilo, los rápidos fueron un gran llamado a divertirnos. Navegamos por canales del «poderoso Zambeze», como seguramente lo había hecho Livingstone 200 años antes; estábamos totalmente rodeados de vegetación, en ocasiones teníamos que agacharnos para no topar con alguna rama.


Al final del recorrido nos esperaba un desayuno de reyes en la orilla del río. Habían montado una sala para descansar, unas hamacas y una mesa para dos. Ahí mismo, en el horno de leña, prepararon el desayuno y nos consintieron con todos los lujos como si no estuviéramos en una isla en medio del río: territorio del Royal Chundu Island Lodge. Luego del desayuno recorrimos el bosque de baobabs, antiguos y gigantes, y escapamos de los monos verdes hasta subir de nuevo al barco que nos llevaría de vuelta al River Lodge.
Ya con maletas empacadas, minutos antes de partir, platicaba con Chipo en una de las salas del lounge. Mientras se frotaba su panza de siete meses, me platicaba que este verano nacía su hija, Zitara, y que su parto sería en la clínica que también apoya el hotel. Yo mientras pensaba en la vida que tendría Zitara, qué suerte nacer en este lugar de paisajes hermosos ahora que está Royal Chundu, dedicado a abrir todo tipo de posibilidades.

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