Guía por Chicago para foodies
La ciudad de los hombros anchos, la segunda ciudad, la ciudad de los vientos, la ciudad que trabaja y, ahora, la mejor ciudad para comer. Con un fin de semana libre y la increíble fotógrafa Prisscila Baxter como acompañante, visité Chicago con un único fin: realizar el mejor y más maratónico recorrido gastronómico. Uno tan extremo, que debería llevar la leyenda “fue realizado por un experto, no lo intente en casa”.
Por Mark Aceves
Aterrizamos y lo primero que noto al salir del avión es justamente lo que vengo a buscar. No hay necesidad de llegar a la ciudad: los establecimientos de comida más icónicos de Chicago los encuentras ya en el aeropuerto. Camino entre Garrett Popcorn, Nuts on Clark, Rick Bayless y Goose Island, y pienso en lo mucho que ha cambiado la horrible comida de aeropuerto. Seguramente la aprovecharé a mi regreso.
Tomo un Uber hasta la ciudad y no siento nostalgia por los viejos taxis amarillos. Conforme avanzamos, me doy cuenta de cuánto extrañaba este paisaje urbano. Tomamos la Interstate 290, conocida como Ike, y pasamos por Buckingham Fountain.
Decidimos no parar pues mi estómago ya se está quejando. Mi mirada se pierde entre las viejas edificaciones: el Wrigley, la Tribune Tower, el Carbide and Carbon Building, el Aon Center, el Monadnock Building, las Lake Point Towers y el Shedd Aquarium. Por fin llegamos al hotel Warwick Allerton. Mi hermana ya me espera en el lobby mientras me registro.
Ahora sí es hora de comer. Para llenar el estómago, no hay nada mejor que una hamburguesa. La primera vez que visité Billy Goat Tavern fue en los años setenta, desde entonces ya eran famosos por su frase “cheeseburger, cheeseburger, chips, no fries”. Recomiendo la cheeseburger doble, la simplicidad llevada a la perfección. Lleva un suave rollo danés que se cocina diariamente, dos rebanadas de carne asadas en plancha plana para conseguir el efecto Maillard, queso americano, lechuga, tomate y un pepinillo, un glorioso pepinillo.
Mientras esperas tu plato, puedes pasar un buen rato entretenido con las fotografías que se amontonan en la pared y te transportan a otros tiempos; imágenes históricas de la ciudad y de los periodistas que pavimentaron el camino hacia el futuro. Pero vayamos de regreso a la hamburguesa y la pinta de cerveza Schlitz. Comer en el Billy Goat Tavern original es una gran manera de comenzar este recorrido: es una institución de los años treinta que fue inmortalizada por la maldición de la cabra —los fanáticos de los Cubs saben de lo que hablo— y un sketch de Saturday Night Live.
Nos terminamos las hamburguesas y continuamos 3nuestro camino rumbo a Au Cheval, en el corredor Randolph. Sin embargo, Shaw’s Crab House está en el camino y sería un desperdicio no aprovecharlo. En los años ochenta, la cadena Lettuce Entertain You introdujo este restaurante inspirado en la comida de mar, una especie de Gibsons Bar & Steakhouse pero de mariscos. Es un lugar un tanto chapado a la antigua, con camareros formales, menú largo y oyster bar, parecido al de Hugo’s Frog Bar & Fish House, y los mejores mariscos del mundo, que son traídos en avión a diario. Sus preparaciones son clásicas y están hechas con cuidado y amor, es decir, con bastante mantequilla.Llegamos y todavía no está abierto, así que decidimos esperar en el oyster bar, total, hace apenas una hora habíamos desayunado una hamburguesa. ¿Por qué no continuar con unas ostras mignonette, salsa picante, limones y, por supuesto, una copa de champaña? ¡Qué gran aperitivo! Una docena de ostras de todo el mundo seguidas de una de las especialidades del verano: cangrejo de concha blanda salteado. Un platillo crujiente, salado, lleno de mantequilla y súper fresco. De postre, tarta de lima hecha en casa. Un brunch perfecto.
Ahora sí es momento de continuar nuestro camino rumbo al paraíso de las hamburguesas, Au Cheval. No más distracciones. Todo va viento en popa hasta que nos cruzamos con Ramen-san, otra parada imposible de perdonar. Su ramen en caldo de puerco está perfectamente
sazonado. Las tostadas incrustadas de ajonjolí con atún ligeramente sazonado también son una delicia, no le piden nada a las mexicanas y eso ya es un decir. El éxito del platillo radica, como siempre, en la frescura de la materia prima.
Allá vamos otra vez. Estamos de regreso en la calle cuando nos encontramos con Vermilion. ¿Entrar o no entrar? Esa es la cuestión. Parece que Au Cheval tendrá que esperar hasta mañana. Este lugar de sabores un tanto exóticos fusiona comida hindú y latinoamericana de forma sorpresivamente exitosa. Hay que probar el callo de hacha, perfectamente salteado, que viene con una salsa especiada —que recuerda a la masala y el mole— y con puré de queso de cabra.
Dormimos temprano y nos levantamos temprano para visitar The Original Pancake House. Sí, la lista de espera parece interminable, pero vale la pena. Aquí siempre pido lo mismo: Apple Pancakes, una montaña de manzanas caramelizadas con azúcar y miel sobre una cama de esponjosos pancakes con la cantidad perfecta de cítricos y canela; y Corned Beef Hash, carne de ternera cubierta con huevos estrellados acompañada de hashbrown. El orden de los factores no altera el producto. De postre, se antoja un Dutch Baby, pero hay que utilizar esos huequitos con sabiduría.
Escuché que abrieron un Nutella Café en Michigan Avenue. Llegamos y aquí también la línea es inmensa, pero nuevamente decidimos esperar. Treinta minutos después, logramos entrar al paraíso del chocolate y la avellana, un mundo café y rojo en donde todo está hecho o coronado con Nutella. Optamos por la zona de confort con una crepa, aunque nos quedamos con ganas de experimentar con formas más novedosas de combinar la crema, como muffins, granola con yogurt o incluso baguettes.
A unas cuantas cuadras de distancia está Millennium Park y su fotogénica Cloud Gate, una obra de Anish Kapoor que logró capturar la esencia de Chicago. Más adelante, se encuentran el Pabellón Jay Pritzker, diseñado por Frank Gehry, que alcanza su mejor momento durante los conciertos gratuitos de verano; y The Crown Fountain, una de las obras artísticas más interactivas del país, sobre todo cuando los niños la utilizan como chapoteadero. Suficientes distracciones como para abrir el apetito. Lincoln Park, allá vamos.
En Athenian Room, muy cerca del parque, tienen el mismo lema desde los años setenta: mantenerse simples. El Kalamata Chicken —una pieza de pollo asada sobre una cama de papas— es la mejor prueba de esto. Lo primero que se logra apreciar es el jugo, cítrico y con sabor a kalamata; después lo crujiente de la piel y la suavidad de la carne. Para rematar, las papas, que terminan marinadas de forma involuntaria con el jugo del pollo. Llevaba quince años deseando volver a probar este manjar.
Aprovechamos la cercanía para hacer una parada refrescante en Goose Island y seguir con la ruta hasta Little Italy. ¿Recorrer media ciudad por el postre perfecto? Vale la pena. En Mario’s Italian Lemonade sirven un raspado de limón, con ralladura de cáscara y la cantidad perfecta de azúcar, que es simplemente inmejorable. Este postre italiano es uno de los secretos mejor guardados por los locales.
Ya que estamos por ahí, paramos en Davanti Enoteca, donde disfrutamos el pan con ricotta y limón, pero sobre todo, las pastas: tanto el spaghetti con aceite, ajo y picante, como el fetuccini con camarones y pesto. Decidimos hacer un break de la ruta gastronómica para escuchar un poco de blues en Kingston Mines. A la salida no logramos decidir si cenar un burrito de La Pasadita, un hot dog de The Wieners Circle o una pizza de masa delgada de Pat’s Pizza. ¿Existe algo como necedad por exceso de comida? Comenzamos a creer que sí. Mejor optamos por irnos directo a dormir, un merecido descanso que nuestros estómagos agradecen.
Es nuestro último día y despertamos con un pendiente en la cabeza: todavía no hemos ido a Au Cheval. Ya en camino, se nos dificulta no volvernos a desviar cuando pasamos por Green Street Smoked Meats. Después de todo, estamos en Chicago, alguna vez nombrada la capital de la carne. Dentro de las numerosas opciones, opto por la recomendación del mesero, el brisket, y vaya que es un acierto: suave, ahumado —pero no en exceso— y con el toque de grasa justo. No necesitas más.
Llegamos a Au Cheval… ¡por fin! Mientras esperamos en el bar, nos envuelve esa danza de las cocinas a tope pero bien organizadas, con un ir y venir de platos y meseros que, de forma milagrosa, nunca chocan entre sí. Nos dejamos llevar por esa caótica sinfonía hasta que llega nuestro turno, y la hamburguesa todavía más espectacular que la maquinaria de servicio. El pan, los condimentos, el tocino, el huevo frito, la carne, las papas alioli, todos los ingredientes están en su punto y perfectamente bien preparados. Sin lugar a dudas un gran finale.
Cinco kilos después, y con nuevas y reencontradas memorias de comida, es momento de regresar a casa. Por falta de tiempo dejamos atrás numerosas experiencias que quedan pendientes, como la tradicional deep dish pizza y la comida internacional que sucede en cada barrio: mexicana, vietnamita, china, coreana… lugares en continuo movimiento donde los chefs utilizan su herencia y pasión para crear nuevas propuestas. Habrá que regresar a probarlas.