Chihuahua en la ruta del Chepe
Con su nueva versión exprés que promete lujo, comodidad y un restaurante de los chefs Daniel Ovadía y Salvador Orozco llamado Urike, ahora es el momento perfecto para poner en tu lista el Chepe. Esta ruta incluye cuatro paradas llenas de aventura y las mejores vistas.
Por Brenda Béjar
Parada 1: El Fuerte
Salimos de Los Mochis y llegamos a El Fuerte antes del anochecer, justo a tiempo para probar los famosos langostinos de agua dulce al ajillo de la Mansión de los Orrantia. Dormir no fue fácil después de ese manjar.
Al día siguiente, despertamos temprano para realizar un paseo en balsa por el río Fuerte, para apreciar la flora y la fauna local, donde sobresalen su variedad de aves. La ruta incluye una parada en un sitio arqueológico con petroglifos —grabados en roca— con más de diez mil años de antigüedad.
Si bien El Fuerte es un excelente lugar para practicar caza o pesca deportiva, no somos muy diestros en estas actividades así que preferimos adentrarnos más en la cultura local. A las afueras de la ciudad, en Los Capomos, reside una comunidad indígena yoreme, y es posible visitarlos para contemplar sus danzas, música y probar un platillo de fiesta, el guacavaqui, que lleva col, calabaza, zanahoria, papa, garbanzo y carne de res especiados con chile de árbol.
El resto de la tarde nos dedicamos a descubrir los encantos de este pueblo mágico de arquitectura colonial. Todo está cerca, así que comenzamos el recorrido en la Plaza de Armas, que es el corazón del pueblo. Su kiosco de hierro es una verdadera belleza. A un costado se encuentra la Parroquia del Sagrado Corazón, del siglo XVIII, que sobresale por su torre en forma de aguja, y la Casa de la Cultura, espacio donde se reúnen todas las disciplinas artísticas.
Seguimos hacia el Museo del Fuerte, cuyo principal atractivo está en la terraza, que tiene las mejores vistas panorámicas del río y la ciudad. El centro también es el lugar perfecto para curiosear entre la artesanía local: a nuestro paso nos encontramos con alfarería, cestería, madera tallada y tejidos de palma. Imposible no llevar algo a casa.
Dónde dormir: Torres del Fuerte
Una hacienda con más de 400 años de historia convertida en un hotel boutique. El restaurante gourmet, Bonifacio’s, está en una antigua capilla jesuita.
Para 2: Divisadero
Este tramo del tren es uno de los más largos, pero también de los más bonitos. Llegamos a Divisadero ya entrada la noche, así que dejamos las maletas y nos vamos a la cama sin perder mucho tiempo, pues parte del encanto es despertar muy temprano, cerca de las seis de la mañana, para ver el amanecer en las montañas. Apenas corrimos las cortinas, nos recibe una imponente vista de las Barrancas del Cobre desde nuestro balcón, uno de los sistemas de cañones más impresionantes del mundo. Decidimos tomar nuestro café con ese paisaje. Con la forma en que pega la luz y el reflejo de las tonalidades ocres de las montañas, terminamos de entender por qué se llama así.
Desayunamos cualquier cosa en el hotel —los hospedajes suelen tener los alimentos incluidos pues, fuera de las gorditas de maíz azul rellenas de la estación de tren, no hay muchas opciones para comer— y nos preparamos para hacer una breve caminata hasta el parque de aventuras. Este lugar es especialmente atractivo si viajas con jóvenes, pues ofrece distintas actividades de adrenalina al aire libre.
Nosotros elegimos tres y, siendo honestos, terminamos agotados. Con dos hubiera sido más que suficiente. Comenzamos con el zip rider, uno de los sistemas de tirolesa más largos del mundo que atraviesa la barranca de extremo a extremo en un par de minutos. Después continuamos con la vía ferrata, una ruta de hora y media que combina rappel, escalada en roca y cruces de puentes colgantes. Nuestra favorita. Terminamos con las siete tirolesas, otra hora y media de sumergirte en las barrancas entre arneses.
Después de un merecido descanso, aprovechamos la tarde para visitar una cueva rarámuri. Los tarahumaras son un pueblo indígena que habita la Sierra Madre Occidental conocidos, sobre todo, por su gran capacidad atlética, notoria en los maratones. A pesar del tiempo, han mantenido varias de sus tradiciones intactas: vestimenta, religión, lenguaje y cultura. Visitarlos es una buena oportunidad para apoyar su comercio: algunos tienen sus cocinas abiertas y otros venden artesanía.
Dónde dormir: Hotel Mirador
El verdadero lujo de este hotel son sus vistas: todos los cuartos tienen balcón que da a las Barrancas del Cobre.
Parada 3: Creel
Tomamos el tren de nuevo y llegamos a Creel ya bien entrada la noche. Los encantos de este poblado se encuentran a unos cuantos kilómetros del centro, así que, después de un buen desayuno, decidimos armarnos de provisiones —un par de quesos locales, carne seca, nueces, un pan y un vino—, rentar una bicicleta y agarrar carretera rumbo a los valles y el lago. Algunas personas prefieren hacer esto andando o en tour, pues el recorrido dura un par de horas. Comenzamos a atravesar la sierra hasta llegar al Valle de los Hongos y el Valle de las Ranas, cuyas formaciones rocosas hacen honor a sus nombres.
Continuamos hacia el Valle de los Monjes y, conforme nos fuimos acercando, descubrimos su grandeza y nuestra pequeñez: imagina estar rodeado por cientos de rocas altísimas de forma puntiaguda que se han formado gracias al paso del tiempo. Por el desgaste del agua, el sol y el viento, se pueden apreciar distintas siluetas y tonalidades en cada una: verdes, rosas, naranjas y hasta moradas. Bajarnos de la bici y sentarnos a contemplar un rato fue inevitable, pero eventualmente tuvimos que retomar el camino por miedo a quedarnos petrificados, como cuenta la leyenda que sucedió con los monjes que meditaban y ahora están debajo de esas piedras.
Seguimos a dos ruedas hasta llegar el lago de Arareco, en cuyas aguas cristalinas se refleja el bosque de coníferas y encinos que lo rodean. Notamos un par de familias asando carne a su alrededor y optamos por estacionar la bici y rentar una lancha. Mientras navegábamos, decidimos sacar la comida para tener un picnic sencillo pero perfecto.
Regresamos al hotel antes de que cayera el sol para evitar la carretera de noche y, luego de cenar, encendimos un rato el fuego para calentar el cuerpo después de un largo día. No hace falta decir que dormimos de maravilla.
Dónde dormir: Best Western
Muy céntrico, cuenta con una serie de cabañitas rústicas que se vuelven más acogedoras con su chimenea. Aprovecha el sauna.
Parada 4: Basaseachi, Cuauhtémoc y Chihuahua
Si bien la idea del tren es bastante romántica, para estas alturas ya habíamos disfrutado de la experiencia y optamos por un método de transporte más eficiente, así que el último tramo del viaje lo hicimos en auto. De eso se puede encargar una tour-operadora de la zona o tú mismo.
Antes de llegar a Chihuahua, decidimos hacer dos paradas. La primera fue en Basaseachi, un parque nacional que tiene la segunda cascada más grande de todo México. Después de bajar al mirador, cuyas vistas son simplemente impresionantes, aprovechamos para practicar un poco de senderismo —y atravesar ese hermoso bosque de pinos y encinos— hasta llegar a otra caída de agua, la cascada de Piedra Volada.
Nuestra segunda parada fue en Cuauhtémoc. Habíamos escuchado que en este pequeño poblado reside una de las comunidades menonitas más grandes del país y nos interesaba mucho conocer su estilo de vida.
Conforme te vas acercando, el contraste con el resto de la ciudad es sorprendente. En sus casas, muy sencillas y de clara influencia americana, sobresalen, como debe de ser, las cocinas y alacenas, plagadas de quesos, carnes frías, conservas, galletas y pasteles que te puedes llevar a casa.
Pero, aunque me cueste aceptarlo, no sólo se aprende de las culturas a través de su comida, así que también visitamos el Museo Menonita, un recorrido perfecto para entender la historia y la actualidad de esta comunidad: desde cómo llegaron a nuestro país buscando refugio, hasta cómo se vive actualmente en un hogar típico.
Llegamos a mediodía a Chihuahua para poder disfrutar de su centro histórico —la Quinta Gameros, el Palacio de Gobierno, la Casa de Pancho Villa— y rematar la noche en uno de nuestros restaurantes favoritos: La Casona, donde el rib eye con sal del Himalaya, acompañado de una buena copa de vino, vino a comprobar todo lo que se rumora sobre la carne norteña.
Dónde dormir: Courtyard by Marriot Chihuahua
Cómodo y nuevo, está muy cerca de una zona de restaurantes y bares. Aprovecha la alberca para relajarte del camino.
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