Chablé mode on

Cada casita cuenta con un espacio privado como éste, rodeado de vegetación, con alberca, hamaca y camastros

El encuentro de cuatro amigas que viven en distintas ciudades amerita un lugar donde el tiempo discurra lentamente —ya sea en las tumbonas de la terraza o en la alberca infinita del spa— para dar espacio a pláticas, recuerdos y risas. 

por ana aragay

Nos reunimos las cuatro en el aeropuerto de Mérida y rentamos una camioneta para ir media hora hacia el sur, a Chablé, el ya famoso resort mexicano que ganó el Prix Versailles 2017 como mejor hotel del mundo en cuanto a arquitectura y diseño, y desde entonces otros tantos por su lujoso spa. El primer punto de contacto es “la casita roja”, y ahí es donde te despides del mundo exterior: tus pendientes, el carro, las maletas y cualquier ubicación geográfica mental que pudieras tener. 

Al cruzar la puerta te transportas a un territorio de proporciones mayas, como si donde está hoy la casa colonial y el enorme jardín, antes hubiera estado una pirámide. Las estructuras originales de la hacienda henequenera del siglo XIX han sido exquisitamente restauradas y sus interiores ofrecen elegante diseño mexicano. Desde la amplia terraza de piso de pasta se aprecia el vasto jardín de pasto verde intenso que remata con una ceiba centenaria y un sillón de ratán colgante que se mece lentamente en la sombra. El camino delineado por palmeras que conduce a tu casita te lleva del pasado al presente, porque esto no es un hotel dentro de una hacienda, sino un hotel con una hacienda. Entre la frondosa vegetación se esconden 32 casitas que ofrecen lujos hedónicos: una alberca con una hamaca que cuelga justo sobre el agua, camastros y una terraza que parece hecha para tomar el café y el pan dulce que te dejan temprano cada mañana. Al interior, diez grados más frío, el aroma de las casablancas, música ambiental que controlas desde un iPad, camas con esponjados edredones de algodón blanco, puertas con blinds de madera y muros de cristal que desaparecen la frontera entre exterior e interior.

Un poco más tarde, ya en mood Chablé, flotando en nuestra alberca viendo el cielo azul, empezamos a trazar un plan tentativo. Sobre la coqueta habíamos encontrado el horario del siguiente día: clase de Ashtanga a las 8am junto al cenote (sí, tiene su propio cenote), meditación activa en el jardín o spinning a las 10, snacks en el restaurante del spa a las 11, Hatha a las 12… El programa de wellness es amplio y extraordinario, porque cuentan con residencias temporales de expertos en yoga, meditación, sanación holística y herbolaria, entre otros. 

Al meterse el sol, nos cambiamos a ropa de noche y caminamos hacia el restaurante, fascinadas con las miles de luciérnagas que brillaban en el jardín central. La cita para cenar era en el Ixi’im, con un menú mexicano moderno de Jorge Vallejo (#22 de World’s Best Restaurants por Quintonil), ejecutado por Luis Ronzón con productos de su propia hortaliza. De noche, el lugar es impresionante, con su colección de más de tres mil tequilas —la más grande del mundo— exhibida en vitrinas que van de piso a techo, tenuemente iluminadas.

El siguiente día hubo tiempo para todo. Empezamos con una clase de yoga, seguida de un desayuno vegetariano y jugos naturales en el restaurante del spa. Volvimos en bicicleta a la casita y pasamos un rato en la alberca. Con la exigente agenda entre camastro, hamaca y agua, se nos fueron las horas y con tanta plática volvió el hambre. Nos sentamos en Ki’ol, el restaurante de la alberca, que también es mexicano pero en un ambiente más informal. En su menú encuentras cocina fresca de la región como ensalada de cangrejo del Golfo o ceviche con recado negro. La comida fue ligera y deliciosa, perfecta para lo que seguía: una tarde de spa.

Retirado del resto de las áreas comunes, el spa es un santuario natural exclusivo para adultos donde se ofrecen fabulosos tratamientos con técnicas ancestrales mayas, temazcales, terapia de agua y profundos masajes que te dejan en un trance hipnótico. En  nuestro caso, la indiscutible joya fue la alberca de mármol verde que yace a medias bajo árboles, con vista sobre el cenote. Ahí estuvimos las cuatro un buen rato, sumergidas en el agua pura y templada, con cientos de pájaros cantando y el aroma a copal, compartiendo un momento de esos que te hacen sonreir años después.

Los caminos selváticos entre las casitas se recorren fácilmente en bicicleta


Cómo llegar 
Lo más recomendable es volar a Mérida y rentar un auto para poder visitar las zonas arqueológicas cercanas, como Uxmal y Chichen Itzá. Pasear por la ciudad y probar comida típica yucateca en el centro también es opción. 

Estadía ideal
Dos noches ó tres noches son el tiempo ideal para recargar energía. Si planeas visitar zonas aledañas, tal vez sea conveniente agregar una o dos más.

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